El magnate podría tomar como rehén el sector textil o el agroalimentario
Las aceitunas negras españolas y el acero fueron las primeras víctimas de la fiebre proteccionista de Donald Trump. No serán las últimas. El presidente estadounidense ha declarado una guerra sin cuartel a sus socios internacionales, incluida la Unión Europea, a los que acusa de imponer unas reglas de juego injustas. Los aranceles a las importaciones de acero (25 %) y aluminio (10 %) solo son el aperitivo de una ofensiva que podría llegar a golpear de frente a la economía gallega.
Los ataques del magnate siguen un patrón quirúrgico. Ha empezado por los sectores menos dañinos para la relación comercial trasatlántica. Para España, las restricciones supondrán una pérdida aproximada de 400 millones de euros. No es significativa, pero empresas gallegas como Megasa y Celsa temen un efecto mariposa. Turquía, Rusia o Chinapodrían sentirse tentadas a reorientar el acero hacia el mercado de la UE, donde España vende el 48 % del suyo. Bruselas tiene preparadas salvaguardias para imponer cuotas de entrada si detecta sobrecapacidad en la Unión Europea.
Si Trump decide subir otro escalón en la contienda, las medidas podrían afectar a los sectores agroalimentario y textil. Ambos están en un nivel intermedio en la balanza comercial de la UE, que es favorable a los europeos. Son rehenes potenciales. Según el Instituto de Comercio Exterior (ICEX), España exportó aceite de oliva y vino por valor de 445 millones y 294 millones de euros, respectivamente. Esta escalada comercial puede acabar afectando al negocio de las 1.058 empresas gallegas que venden a Estados Unidos (por valor de 578 millones de euros). Hasta 70 millones de euros del textil están en juego. Hay menos probabilidades de que ataque al sector energético, donde la UE es más dependiente de las importaciones. ¿Hasta dónde llegará Trump con su desafío? Si la UE no responde a estas primeras señales de advertencia, hasta el último escalón: la industria del automóvil y la química. La Unión mantiene un superávit comercial masivo de 36.500 millones de euros en la compraventa de vehículos, del que se beneficia fundamentalmente Alemania. La cifra asciende a 50.800 si se incluye la maquinaria y equipamiento de transporte. El superávit en el sector de los químicos alcanza los 29.300 millones (16.600 de productos farmacéuticos). «Estados Unidos quiere renegociar las condiciones comerciales en todos los sectores donde registra déficits», asegura con atino el director del think tank Bruegel, Guntram B. Wolff.
Trump no acepta perder
La guerra comercial no solo sería perjudicial en términos de productividad y competitividad. Si Estados Unidos toca la industria del automóvil, podría poner contra las cuerdas sus exportaciones de equipamiento de transporte (31.330 millones de euros) y generadores de energía (28.830 millones de euros), donde mantiene un superávit con la UE de 8.500 millones y 6.500 millones de euros respectivamente. España importó el pasado año aeronaves y piezas para su ensamblaje por valor de 1.843 millones de euros. Nadie descarta que se pueda llegar hasta ese campo de batalla final. La UE está dispuesta a contestar con aranceles y medidas para blindar su mercado a cada acometida de Trump. «Ninguno de sus anuncios debería sorprender. De hecho, fue elegido por plataformas electorales antiglobalización, anti-China y anti-Alemania», explica Wolff.
Efecto tardío
Los efectos sobre la economía gallega podrían tardar más tiempo en aparecer. En primer lugar porque el vínculo comercial con Estados Unidos es muy limitado. Las exportaciones de las empresas galaicas al país norteamericano, octavo socio comercial, apenas alcanzan los 578 millones de euros. Aunque el mercado internacional acabase redirigiendo sus flujos hacia el interior de la UE, donde sí compite Galicia, Bruselas tiene preparado un abanico de medidas de protección para evitar el desplome de los precios y el colapso de la industria.
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