El costurero que abrió en Tokio y Nueva York pasó por Sevilla para hablar de su segunda novela con Carlos Herrera y firmar ejemplares de ‘Juan Griego’ en Casa del Libro
HAY novelistas, y son legión, que se pasan toda su vida escribiendo la misma novela con distintos títulos. Adolfo Domínguez (Puebla de Trives, Orense, 1950) ha publicado dos novelas separadas por 26 años y con el mismo título, Juan Griego.
Con su libro bajo el brazo, como el pan de los recién nacidos, este novelista sanamente advenedizo, “costurero”, se lee en la presentación profesional de Adolfo Domínguez, se pasó el martes por Sevilla, en plena campaña electoral. Fue una estancia perpendicular. Por la mañana, pasó por la emisora de la Cope en la calle Rioja para que lo entrevistara Carlos Herrera, a quien le dijo que los empresarios no se jubilan nunca. Por la tarde, acompañado de Alejandro Alvargonzález, joven editor de Defausta, firmó ejemplares en La Casa del Libro atrincherado tras las Julias: la romana de Santiago Posteguillo y la novelista que se lleva la guerra civil hasta Alejandría.
El primer Juan Griego de Adolfo Domínguez lo editóMondadori en 1992, año de la Expo. En aquella ocasión lo entrevisté en el hotel Alfonso XIII. En la Casa del Libro, como los niños que entraban por Imaginarium, accedió el martes por la puerta promocional que anuncia la última novela de Carmen Posadas. Herrera lo presentó como el primer modisto español en salir a Bolsa, en vender fuera del país y en lanzar una fragancia con su nombre. Junto a la esquina en la que estuvo el Gran Briz que diseñó Joaquín Díaz Langa, donde Tetuán pasa a llamarse Velázquez cuando la marea humana cruza la calle Rioja, Domínguez paseó por el oligopolio de la moda gallega: Zara, de Amancio Ortega, que saltó de las páginas de la revista Forbes a las del ¡Hola! para casar a su hija en una boda dinástica; Massimo Dutti, aféresis de Armandutti, un Armando galaico que jugó en los escalafones inferiores del Madrid; y Roberto Verino, que llevó su topónimo orensano al nombre artístico y comercial de su cadena.
Juan Griego es el particular homenaje que Adolfo Domínguez le hace a Pedro Páramo. Dice que se ha leído “más de cien veces” la novela de Juan Rulfo. Una historia ambientada en la dictadura argentina y en la guerra de las Malvinas por quien cuenta que “supe que existía antes Buenos Aires que Madrid”. Algo parecido le ocurría con La Habana al ferrolano Gonzalo Torrente Ballester. Conservo el primer Juan Griego, cubierta de Daniel Gil, con dedicatoria de quien cambió la contraseña de La arruga es bella por la de Esto no es un selfie. Cosmopolita prematuro, pionero de la exportación de la marca España, viaja a un país donde a todos los españoles les dicen gallegos.
En el breve encuentro en La Casa del Libro hablamos de los veraneos en Carballino, localidad orensana bañada por el río Arenteiro. Se dejó fotografiar en Velázquez, donde Zara está en los pares y en los impares, la doble presencia de la marca de Arteixo. Por la calle pasaba Antonio Urzaiz, gallego de Pontecesures, sevillano adoptivo. Dentro de la librería, se vivió una hermosa metáfora libresca. Lola dio con un libro que una amiga le recomendó. Su autor, el norteamericano Og Mandino, lo tituló hace medio siglo El vendedor más grande del mundo. Parece la intrahistoria unamuniana del personaje que firmaba libros rodeado de sus juangriegos. Fue en cierto modo el vendedor más grande del mundo, testigo de esplendores y caídas, como el imperio romano del ensayo de Edward Gibbon.
Volverá a Sevilla para presentar su novela. Hijo de la segunda mitad del siglo XX, en su pueblo nació también la sexóloga Elena Ochoa, esposa del arquitecto Norman Foster. Gente versátil. Adolfo Domínguez en Sevilla y Raquel Revuelta paseaba en puertas de las bodas de plata de Simof. Las bellas no se arrugan.
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