María Almazán es una emprendedora gallega que puso en marcha Latitude, donde las personas y el medioambiente son el centro en la producción de prendas
La industria textil está marcada por un halo de explotación laboral allá donde deslocaliza su producción en países asiáticos. Las imágenes de costureras trabajando sin las más mínimas condiciones de seguridad golpeaban la mente de María Almazán, quien conoce bien esa realidad. Hace diez años, y durante un lustro, trabajó en Asia para una multinacional textil española controlando y gestionando las compras. Y vio lo que pocos en su sector quieren ver. Entró en una de las fábricas, comprobó las duras condiciones laborales y por qué los tejidos que estas mujeres convierten en preciosos abrigos, originales pantalones o atractivos vestidos son un riesgo para su salud: desprenden miles de partículas nocivas y, sin la protección necesaria, su manipulación resulta muy dañina.
“Entonces no se hablaba de este problema. No había departamento de sostenibilidad e intenté ver si desde dentro podíamos cambiarlo, pero no era el momento”, comenta esta ingeniera textil. Y dijo basta. Lo dejó todo y en su cabeza fue germinando un proyecto que hoy se llama Latitude, con base en la cuna textil de España, Galicia
Más que una enseña, “es una herramienta de cambio” consistente en “ayudar a las marcas a introducir una nueva metodología a la hora de fabricar sus prendas”. Es lo que esta Emprendedora Social 2016 de Ashoka llama taller 4.0, en el que se “transforma un taller convencional en un taller del futuro, donde las personas y el medioambiente son lo más importante de la actividad textil”.
Y es que, además de las pésimas condiciones de trabajo, el sector también tiene otra mancha, la de la contaminación. Después del petróleo, es la segunda industria más contaminante, siendo responsable del 20% de los tóxicos que se vierten al agua y el 10% de las emisiones de dióxido de carbono, según la ONU. El poliéster, por ejemplo, que se utiliza para evitar arrugas, es una fibra sintética a base de petróleo que termina en los mares. “Los peces que comemos tienen estos compuestos dentro, y ya hay estudios que revelan que esos compuestos salen en los análisis de sangre”, asegura María
A ello no ayuda el fenómeno ‘moda rápida’, en el que se consumen prendas de una forma indiscriminada, prendas que, cada vez, duran menos en el armario por la producción de ropa a precio de saldo en países con mano de obra barata. María da un dato que leyó hace poco en un informe de PwC y que la dejó impactada: una de cada cinco prendas es tirada a la basura sin estrenar. “Hemos llegado a un punto en el que la ropa es tan barata que, aunque tenga un descosido, prefieres tirarla que volver a la tienda a cambiarla”, se lamenta.
SIETE TALLERES SOSTENIBLES
Es en este contexto cuando en 2014, junto a cuatro socios y dos fondos de capital riesgo de la Xunta, dieron forma a un proyecto para reconducir a la industria hacia un método de trabajo sostenible. “¿Tú cómo querrías que fuera un taller donde se está produciendo la ropa que te pones? Nadie diría que quiere un sitio horrible, donde no haya luz y la gente esté explotada. Y pensamos: si se puede hacer en pequeño, se podrá hacer en grande; escalarlo no es difícil”, explica.
En uno de sus talleres, mujeres en riesgo de exclusión social y víctimas de redes de trata con niños a su cargo se han convertido en costureras
De este modo, Latitude ya cuentan con siete talleres, uno de ellos con un componente social, en el que mujeres en riesgo de exclusión social y víctimas de redes de trata con niños a su cargo se han convertido en costureras. “Se trata de talleres sociales creados ‘ad hoc’ para unos usuarios concretos en pos de ayudarles a transformarse”, explica María tratando de evitar la palabra insertarse, porque a su juicio, somos todos responsables de su situación.
Bajo una visión integral, todas las actividades del taller pasan por el filtro de “ser buenas para las personas y para el medioambiente”, porque “al igual que a un diseñador le gusta que su oficina sea preciosa, a una costurera también les gusta que su taller sea agradable. Las personas tienen la misma dignidad en toda la cadena de valor de la moda”, añade.
“Al igual que a un diseñador le gusta que su oficina sea preciosa, a una costurera también les gusta que su taller sea agradable”
Esta transformación es extensiva a toda la cadena de valor. A los diseñadores, “quienes también tienen mucho interés porque esto ocurra porque, además, están metidos en sistemas productivos muy agobiantes que les hacen no ver que detrás de su trabajo hay mucha gente”; a los proveedores -cuentan ya con una red de más de 700 con el sello sostenible-; y los a consumidores. “Desde luego no puedes tener una camiseta en la que se cuidan todos estos aspectos sostenibles a dos euros”, reconoce. En Latitude son conscientes de que esta disrupción no puede llevarse a cabo de golpe, no se trata de que todo el proceso sea sostenible, sino una parte y dar la posibilidad al consumidor de decidir si quiere pagar ese sobreprecio.
María es optimista y percibe interés entre las cadenas de moda, “aunque hace falta un poco más de impulso de raíz”, pero “no van a pasar muchos años para comprobar quién se ha dado cuenta el cambio”. Considera que, desde el punto de vista de producción, España está en una posición europea capaz de liderar esta transformación junto a Portugal e, incluso, Marruecos en una triple alianza. “En nuestro país, hay un tejido industrial suficientemente grande como para ser punteros”. Y concluye: “Quien no introduzca procesos sostenibles, estará en el pasado y se quedará atrás”.
El Confidencial, en colaboración con Banco Santander, tiene como principal objetivo dar a conocer los proyectos de personas que transforman la sociedad e impulsan el progreso.
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