El porqué de la moda en Galicia


En Galicia, allá donde los romanos creyeron encontrar el fin del mundo, los avances de la industrialización tardaron en llegar. Pero desde aquella esquina de la península, la comunidad gallega ha logrado consolidar una industria textil que factura más de 1.500 millones de euros al año, que ha dado a la moda nombres como Adolfo Domínguez Roberto Verino, y ha sido testigo de la creación de Inditex, hoy el grupo textil más importante del mundo y cuyo centro de mando sigue establecido en la ciudad que le vio nacer.

A más de mil kilómetros del foco industrial de España, Galicia tuvo que esperar cuarenta años para ver llegar el ferrocarril, y aunque hoy está notablemente mejor conectada con el resto del país, la autopista con la meseta no se completó hasta ya entrado el siglo XXI, y la alta velocidad es todavía un proyecto que no termina nunca de llegar. 

¿Cómo es posible que una región eminentemente rural hasta hace apenas unas décadas haya desarrollado una industria textil tan importante, la tercera en España por volumen de facturación y que suma más de un millar y medio de empresas?

Inditex es, sin duda, uno de los responsables, pero el origen del gran entramado de pequeñas y medianas empresas gallegas que se dedican al sector hay que buscarlo lejos de Arteixo.

En los años 30, abría en Redondela (Pontevedra) la empresa de confección Regojo, que, aunque desconocida hoy para el gran público, llegó a convertirse en la fábrica de camisas más importante de España. “Regojo fue la primera industria como tal, el pionero en el textil gallego”, explica José Antonio Conde, fundador de Alba Conde y presidente de la Confederación de Industrias Textiles de Galicia (Cointega).

 

En sus años de esplendor, la fábrica pontevedresa producía hasta un millón de prendas al año, y logró hacerse con cierto renombre también fuera de España gracias a una insólita colaboración con Salvador Dalí, que prestó su imagen para los anuncios y firmó una serie de camisas que llevaron su nombre.

 

En la década de los cincuenta y sesenta, continuaron floreciendo por toda la comunidad empresas dedicadas a la confección. Para Alberto Rocha, secretario general de Cointega, el motivo de tanta actividad en el sector se explica por la existencia de una mano de obra muy cualificada. “En la mayoría de las casas había una máquina de coser y las mujeres se hacían su propia ropa, así que las empresas se encontraron con una mano de obra súper cualificada”, explica. “Las mujeres empezaron a ir a las fábricas, o a recibir los pedidos en casa, y así lograron también una independencia económica y socialización muy importante en una Galicia todavía muy rural”, añade.

Así, en bajos y casas donde aún de madrugada seguía sonando la Singer, se fue gestando en Galicia una industria textil que, aunque todavía tardaría un par de décadas en darse a conocer al mundo, estaba llamada a convertirse en una de las más importantes de España.

En 1963, Pilar Carrera puso en marcha en Mos (Pontevedra) su firma homónima de moda infantil y una de las pocas que todavía hoy mantiene la confección integrada dentro de su estructura industrial. El mismo año, en A Coruña, Amancio Ortega creó Confecciones GOA, la empresa precursora de lo que hoy es el grupo Inditex. Entonces todavía no había empresas de moda, sino fábricas de confección “que a menudo eran fabricantes para otros grupos como El Corte Inglés o Cortefiel”, apunta Rocha. 

Cuando Regojo entró en crisis en la década de los setenta, empezaron a florecer otras empresas al albor de la pontevedresa. Sandro Portela, director general de Oky Coky, no duda en afirmar que “el 100% del textil gallego salió de Regojo”. Su cierre, recién estrenados los años ochenta, se produjo en un momento de inflexión en la moda en Galicia, cuando el sector se empezó a dar cuenta de que ya no bastaba con confeccionar bien, y por los pasillos de las empresas se empezaba a oír aquello de que había que “crear marca”.

El boom de los ochenta

Fue entonces, con el mercado nacional en plena expansión y mientras la sociedad española hervía disfrutando de la libertad que le había sido negada durante cuarenta años, cuando nació de facto la moda gallega. 

“Hasta ese momento el sector era puramente industrial, muchas empresas no tenían ni equipo de diseño”, explica José Antonio Conde. Pero en los ochenta y “de forma casi anárquica”, apunta Rocha, se empezó a organizar una campaña de imagen, que, con el apoyo de la administración autonómica, transformó el textil gallego en moda. 

El artífice de canalizar esa necesidad de las empresas de convertirse en marca fue un publicista llamado Luis Carballo. Él fue uno de los impulsores de la pasarela Luada, que llevó la moda gallega hasta París y Barcelona. Las empresas que participaban competían directamente unas con otras. “Aunque sólo fuera por sentido del ridículo, por no quedar peor que tu competidor sobre la pasarela, cada uno quería ser mejor que el otro y eso hizo que, al final, todas fueran mejores”, apunta Conde. 

También bajo los mandos de Carballo se creó la revista Galicia Moda, y marcas como Gene Cabaleiro, Caramelo, Florentino o Adolfo Domínguez –cuyo lema “la arruga es bella” fue también obra de Carballo- se pusieron de moda en toda España. En el caso de Domínguez, la marca cruzó incluso el Atlántico y vistió a los protagonistas de la serie Corrupción en Miami.

Pero más allá de esta eficiente estrategia de comunicación, las empresas gallegas supieron, además, responder con su producto a las necesidades de los consumidores de la época. “Apostaron por el diseño y el estilo, y eso encajó perfectamente con los nuevos gustos de la sociedad española, que en aquel momento de cambio pedían algo nuevo también en moda”, explica Rocha.

Con un producto que conectaba con el cliente y una buena campaña de márketing, la guinda del éxito del sector en esta década fue encontrarse con un mercado nacional en pleno crecimiento, lo que permitió que las empresas se hicieran fuertes sin necesidad de apostar por el extranjero. 

La crisis y el cambio de paradigma

Quienes estaban -y en muchos casos, todavía están- a cargo de estas empresas, la mayoría familiares, eran hombres y mujeres cuya historia ha transcurrido en paralelo a la historia de la industria. Sastres y costureras con vocación empresarial, que “no eran diseñadores, ni les interesaba el lado glamuroso de la moda”, explica Rocha. “Si tenían que ir a desfiles lo hacían porque era bueno para la empresa, pero el desfile era un medio y no el fin”.

Esto supuso que, además de ofrecer un producto con buen diseño, muchas de estas empresas estuvieran, además, gestionadas con una visión empresarial que en algunos casos dio lugar a nuevos modelos de distribución que hoy son un referente en todo el mundo. 

El caso más paradigmático es el del gigante Inditex. El grupo de Amancio Ortega ha desarrollado un modelo de distribución que le permite ajustar su producción a la demanda con una gran flexibilidad, reponiendo la mercancía en tienda dos veces por semana y reduciendo al máximo sus stocks. Las prendas de Zara, la principal cadena del grupo, se diseñan en Arteixo, donde también se cortan los tejidos. Después se confeccionan en el extranjero, pero vuelven a pasar por la sede en A Coruña, donde se etiquetan y se distribuyen a todo el mundo gracias a un optimizado sistema logístico. 

Inditex ha cambiado las reglas del juego”, resume Conde. No sólo los consumidores tienen ahora a su alcance prendas de última tendencia a bajo precio, sino que este nuevo modelo de distribución ha supuesto además el fin de las clásicas temporadas por las que hasta hace muy poco se regía el prêt-à-porter, lo que ha alterado las reglas del juego de la moda internacional, e impactado, por supuesto, en las empresas gallegas. “No son nuestros competidores, ellos juegan en otra liga, pero nos obligan a seguir adaptándonos continuamente”, añade.

Pero la irrupción de Inditex, que hasta hace unas décadas era sólo un competidor más dentro del sector gallego, también puede suponer una ventaja para las otras empresas de la comunidad. “Es como si te dedicas a la tecnología y estás en Silicon Valley”, apunta Portela. “Hoy ya no existe la moda gallega como se entendía en los ochenta, pero venir de Galicia es una buena carta de presentación en cuanto explicas que es donde está Inditex”, sentencia.

Con todo, la crisis también ha llegado al textil gallego. En los últimos años, con la reducción del poder adquisitivo y el descenso del consumo, algunas empresas vieron como sus ventas descendían hasta un 50%. El problema fue mayor para las que mantenían internalizado el proceso de producción, y cuya rígida estructura les hizo imposible aguantar el tirón, como fue el caso de Caramelo y Montoto, que terminó por cerrar. La Xunta acabó entrando en ambas empresas, pero para Rocha “fue un error, el dinero se enterró y no se logró que volvieran a flote”.

Salvo Florentino y Pili Carrera, todas tienen hoy externalizada la producción, mayoritariamente en Portugal. La proximidad con el país luso ha permitido a las empresas gallegas producir cerca de casa, con lo que eso supone en términos de flexibilidad, y más barato que si lo hicieran íntegramente en Galicia.

Paralelamente, las empresas fundadas hace cuatro décadas inician el relevo generacional. Firmas como Nanos, Pili Carrera o Alba Conde, ya han empezado la sucesión. En otras familias, la entrada de las nuevas generaciones en el negocio se produce de otra manera. Es el caso de Bimba y Lola, que Rocha llama “sucesión inversa”. “La empresa la creó Jesús Domínguez, pero la puso ya a nombre de sus hijas”, explica. Así, los Domínguez se han convertido en la familia más importante del sector, con Adolfo Domínguez y su firma homónima, sus hermanos Jesús, Josefina y Francisco Javier, propietarios del 75% de TextilLonia, y Bimba y Lola, a manos de Uxía y María Domínguez, hijas de Jesús.

Si el proceso de relevo ha tardado es, como dice Conde, porque con la crisis tuvo que retrasarse todo lo demás, “pero está claro que todos tenemos fecha de caducidad”, añade. “Además, las nuevas generaciones están muy preparadas, saben idiomas, han nacido en un mundo global y han vivido la crisis muy jóvenes, lo que les ha hecho más conscientes de la necesidad de ser austeros”, afirma.

El relevo facilita, a su vez, que las empresas pierdan el miedo a salir al extranjero. No sólo los precios del transporte han disminuido significativamente, sino que como apunta Portela, la forma de viajar en las empresas ha cambiado. “Para los jóvenes, salir fuera es mucho más natural; antes había otra cultura de viaje, pero hoy no nos importa viajar en low cost y hospedarnos con Airbnb, hay que ir con los tiempos”, afirma. “Hoy ya no existe la moda gallega como se entendía en los ochenta, todos somos marcas globales”.